«Hacia tres semanas que nos habíamos mudado, después de que la primera tirada de James el gentilhombre se hubiera agotado. Se terminó dos días después de ponerse a la venta, y ya habían publicado cuatro ediciones más. Al parecer James Burke tenía cautivados a los lectores... Por primera vez en muchos años Cameron Gordon estaba libre de deudas, de hecho hasta tenía un poco de remanente.
Yo ahora era su “amanuense” y no podía ir por ahí vestida a base de restos. Amanuense, descubrí, era una caprichosa manera de llamar a la secretaria. Eso es lo que era yo, desde luego. Y además hacía de doncella, de ama de llaves, de criada personal, de chica de los recados y de compañera de cama, pero no me iban a ver quejándome, ni mucho menos, en particular en lo referente al último papel».
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