El redoble de los tambores y el estruendo del gran cuerno de elefante era ensordecedor, pero en losoídos de Livia el clamor sonaba como un confuso murmullo, monótono y lejano. Estaba tendidasobre un lecho en la gran cabaña, sumida en un estado de delirio que bordeaba con el desvarío. Losruidos del exterior apenas afectaban sus sentidos. Aunque se encontraba aturdida, su mente caóticaestaba obsesionada todavía con el cuerpo desnudo y convulso de su hermano, por cuyos muslostemblorosos corría la sangre. Recortada sobre un oscuro fondo de formas y sombras enlazadas,aquella borrosa silueta blanca aparecía ante sus ojos con una implacable y aterradora nitidez.El aire quieto parecía latir entre gritos de agonía mezclados con un rumor de risas demoníacas.La muchacha no tenía consciencia de sus sensaciones como ente individual, separado ydiferenciado del resto del cosmos. Se sentía embargada por una enorme tristeza y por un profundodolor... Ella misma era un dolor cristalizado y hecho carne. Así pues, yacía tendida al borde de lainconsciencia, sin pensar y sin moverse, mientras en el exterior resonaban los tambores y loscuernos, y las voces bárbaras entonaban cantos odiosos, al tiempo que los pies desnudos marcaban elritmo golpeando la tierra dura y las manos palmeaban con suaves cadencias.
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