Lo tomaron en Tupungato y Almafuerte. Mo- rales pensó que serían médicos del Hospital Pen- na; o tal vez un médico y un practicante. Se dijo: «Penna. Qué nombre para un hospital». Expli- caría después: «Pavadas que a uno se le ocurren y que, llegado el momento, ayudan a recordar, por- que el taximetrero no se acuerda de todos sus via- jes». Uno de los pasajeros ordenó: —A Callao y Corrientes, por favor. Notó el «por favor». «La gente educada a veces da buen trato», reflexionó, y los miró por el espe- jito. El viejo, que era de baja estatura, tenía la ca- beza redonda como una bocha. Una bocha de pelo muy blanco, rapado, o poco menos. Llevaba lentes de un modelo que nunca había visto: sin patillas, ni borde, prendidos de la nariz por una pinza metálica.
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