Tenía hambre. A Gil Krottyn le parecía sangrientamente irónico el hecho de estar hambriento en pleno siglo XXIV. Y, pese a los adelantos de la civilización, en el año 2.358, todavía había alguien que se veía obligado a buscar su comida entre los cubos de basura.
Había, por supuesto, trituradores colectivos de basuras en los edificios, pero todavía quedaban zonas en la gran ciudad a las que no habían llegado aún aquellas comodidades. Krottyn no podía soñar siquiera en ir a la parte alta. Tenía que vivir allí... si a lo que hacía se le podía llamar vida.
En un callejón oscuro y maloliente encontró una fila de grandes cubos de basura. La gente que vivía en aquellos barrios no se distinguía precisamente por sus medios de fortuna, pero, al menos, la comida era relativamente barata y no faltaban personas a las que sobraban alimentos.
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