Hay cosas que sólo conoce el guardián de Tong Tong Tarrup, que está sentado a la entrada del bastión mascullando sus propios recuerdos. Recuerda la guerra que hubo en los corredores de los gnomos; y cómo una vez las hadas vinieron a buscar los ópalos que había en Tong Tong Tarrup; y la forma en que los gigantes atravesaban los predios de abajo, mientras él los observaba desde su puerta: recuerda demandas que todavía asombran a los dioses. Ni siquiera me ha dicho quiénes moran en esas casas heladas allá en lo alto, en el mismo borde del mundo, y eso que tiene fama de parlanchín. Entre los elfos, únicos seres vivos vistos alguna vez a tan espantosa altitud, donde extraen turquesa en los más elevados riscos de la Tierra, su nombre es el prototipo de la locuacidad con el que ridiculizan a los habladores. Su relato favorito cuando alguien le ofrece bash –droga a la que es adicto y por la que se ofrecería en servicio de armas a los elfos en su guerra contra los goblins, o viceversa, si los goblins le dieran más–, su relato favorito cuando está sosegado físicamente por la droga y furiosamente excitado en lo mental, habla de una demanda emprendida hace mucho tiempo, algo menos vendible que una conseja de vieja.
Disponible también para ver online en HTML. Una vez en la página clicar en: VER HTML - Descargar PDF.
Para ver más información debes estar identificado / registrado.