El señor Rebeck vive desde hace años en un mausoleo del cementerio, habiéndose recluido en el mismo por su propia voluntad. Pasa el tiempo jugando al ajedrez en solitario o hablando con los fantasmas que pueblan el camposanto; por lo demás, comparte sus horas con un cuervo que le trae comida que roba para él.
El cementerio es un lugar agradable y tranquilo, alejado de las complicaciones de la vida moderna. Los únicos cambios que se producen en él son el ir y venir de los fantasmas: cuando el espíritu de un muerto se sigue aferrando a la existencia, se materializa de una forma intangible que los hombres, normalmente, no pueden ver. Un fantasma, sin embargo, no recibe sensaciones, y en un proceso gradual olvida cómo era estar vivo, perdiendo los rasgos que le identifican hasta llegar a desvanecerse.
“Un lugar agradable y tranquilo” ofrece a lo largo de sus páginas un desfile de personajes inolvidables: Rebeck y una viuda a la que acaba desvelando alguno de sus secretos; el cuervo; el guarda de noche; y, sobre todo, Michael y Laura, dos fantasmas entre quienes surge la chispa de un amor imposible.
La historia de cada uno de ellos, las aspiraciones que tienen (o tenían) y el significado de la vida o de la muerte son los ejes en torno a los cuales se mueve la novela. Su fuerza radica, por un lado en su aparente sencillez, gracias a la cual el autor logra dar la textura de ficción a los temas trascendentes que desarrolla. Y además, conforme cada uno de los personajes expone sus experiencias e ideas, éstas logran despertar en el lector ecos que le recuerdan las suyas propias, demostrando la autenticidad de lo narrado.
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