Cuando los venusianos vuelvan a la Tierra, el mundo comprenderá porqué Jesucristo no rió jamás. Una bella mañana de junio de 1972, María Teresa Vcellini, obrera agrícola, guardará las cabras de su amo, un campesino llamado Mastro Girogio Munari, del pueblo de Mano, en Sicilia. Sentada sobre una roca, balanceando sus piernas desnudas, estará cantando para sí, y si ninguna malicia, una canción de las más discutibles que, malignamente, le habrá enseñado un turista francés: "Baciam' Baciam' E il piacer' dei Numi..." Mientras, una de sus cabras se apartará de las otras y se aventurará al borde del acantilado donde, al menos movimiento falso, corre el peligro de caer al mar. Atenta a su deber, la joven bajará de su roca y trepará hasta el borde del acantilado, por otro camino, a fin de impedir que el imprudente animal siga adelante. Como la pendiente es muy empinada, lo últimos metros tendrá que hacerlos a cuatro patas. Cuando quiera levantarse descubrirá ante ella un andromorfo rubio, vistiendo un manto azul y una corta capa blanca, con cabellos largos color paja y pensativos ojos azules.
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