¡Ben! ¡El jefe reclama tu presencia!Ben Fawcett, veintiocho años, un metro ochenta de estatura y noventa kilos de peso, levantó la vista de su escritora, a la que acababa de dictar un párrafo de su último artículo. Miró al que le había dado la noticia y murmuró algo por lo bajo.- ¿Sabes para qué?El otro, un chico bajito, con más pecas en la cara que arena tiene desierto, se encogió de hombros.- ¡Qué sé yo! Ya sabes que el tipo es poco comunicativo. Algún trabajito de última hora, supongo.Refunfuñando, Fawcett asintió. Apartó con un pie la escritora, cerró el contacto de registro electrónico, depositó el micrófono en su horquilla, y se levantó.- Está bien, ahora voy.Atravesó la hilera de mesas donde el personal del periódico se afanaba dando los últimos toques a sus respectivas secciones, y se encaminó hacia una puerta en cuyo cristal esmerilado podía leerse:SAMUEL S. WHITEDirectorGolpeó con los nudillos, y esperó.- ¡Adelante! - gritó una voz desde el otro lado.
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